martes, 5 de junio de 2012

Deus Ex Machina. Parte 9.

Cuando Alexia era pequeña, tenía miedo a la oscuridad, como casi todos los niños, así que su madre decidió que sería el momento de llevarla al bosque de noche, para que comprendiera que no era algo a lo que temer.
Fueron un día que su padre estaba de misión fuera del planeta, así que cogieron mantas, comida, y marcharon a un claro del bosque que rodeaba la mitad meridional de la capital. Allí acamparon, se acurrucaron bajo las mantas, y miraron el cielo estrellado, de un color morado oscuro, muy distinto al azul del día. Su madre le contó historias fantásticas, de otra época, cuando el ser humano vivía en otro sitio, y no estaba desperdigado por distintos planetas, buscando crear su propia civilización, mejor que las demás.

-Hija, la oscuridad no es nada malo, el sol que nos ilumina tiene que descansar, y se va a dormir por las noches, como hacemos nosotras. Lo que tienes que temer, o al menos tener cuidado con él, es a que la locura inunde tu mente y cometas actos de los que te arrepientas algún día...

Pero Alexia ya no oía, se había quedado dormida.

Ahora que la oscuridad les rodeaba a Tryf y a ella, esa imagen le volvió a su cabeza, y una sonrisa se le dibujó en el rostro, mientras bajaban una escalera que avanzaba hacia la insondable negrura.

Tryf sin embargo nunca había viajado con sus padres a ningún bosque, ya que ella no los había conocido. Era una de las llamadas "hijas de la guerra". Fue adoptada por un mercante rebelde, de los que huyó en última instancia de la Tierra antes de que el fanático la hiciera explotar. Tryf debería tener alrededor de 40 años, pero fue criogenizada para limpiarle los recuerdos que pudieran crearle un trauma en su joven cerebro. 20 años después la devolvieron a la vida, y su padrastro la adoptó, pues sentía que esa niña había sido arrancada de su hogar, como lo fue él hace tantos años. Esta historia no la conocía, al menos por el momento.

Bajaron hasta que llegaron a un punto donde la escalera había acabado, y en la lejanía se veía un leve resplandor azulado. Siguieron avanzando hasta que la luz se hizo más grande y pudieron ver que les llevaba a un vórtice.

-¿Un agujero de gusano?-preguntó Tryf.

Alexia se acercó, encogiéndose de hombros, y susurrando que no lo sabía. Cuando lo tuvo al alcance de la mano, iba a tocarlo, maravillada por los relampagueantes trazos que veía recorrer la superficie ondulante, pero le detuvo su amiga con un gesto rápido.

-¿Qué haces? No sabes a donde puede llevar.-le espetó su pelirroja compañera.

Alexia se giró hacia ella, y cuando le iba a responder, una fuerza sobrenatural la absorbió hacia el vórtice. Vio como la imagen de Tryf se difuminaba en el vacío, mientras era llevada hacia otro lugar. El terror le envolvía, la sensación de angustia removía su estómago, habitualmente de hierro, ahora era como un flan. Y el viaje acabó, devolviéndola a la realidad.

Alexia se encontró en la habitación que llevaba hasta al vórtice, sola. Se levantó y salió por la puerta, viendo algo que la dejó estupefacta.

No había polvo en el suelo, y no solo eso, el pabellón bullía de actividad, jóvenes por todas partes, hablando, riendo, gritando... y uno se le acercó.

-¡Hola! Soy Jonathan, de la nueva remesa de artificieros, ¿tú también eres nueva?

Tenía ante sus ojos al jefe de artificieros, sin cojera, y con unos cuantos años menos.

"¿Dónde demonios estoy?"

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