sábado, 16 de junio de 2012

Deus Ex Machina. Parte 13.

El desconocido se acercó con los ojos desorbitados, mirando al infinito a través de ella, más allá de lo que la capacidad humana llegara a ver, observando quizá universos nacer y morir, imperios crecer y ser destruidos, como una bella sinfonía de la eternidad, hasta que cayó desplomado ante Tryf, sin resuello.

Tryf se alejó un poco del cuerpo que tenía a sus pies, dándole un leve toquecito con la punta de la bota, para ver si reaccionaba. Ante la negativa del desmayado, se alejó paso a paso, sin perderlo de vista. Llegó a la puerta, miró a un lado primero, luego al otro, y volvió a entrar. Rodeó el escritorio, tocándolo al pasar con la yema de los dedos, dejando la marca en el polvo que lo cubría, como una siseante curva.

Tras el escritorio, donde había estado arrodillado el hombre, había un diario, una grabadora, una lámpara de gas, lo cual le extrañó, pues hacía muchísimos años que no se usaban, y una pluma estilográfica. Se acercó a leer el diario, donde estaba escrito lo mismo que iba redactando a la grabadora:

"13:38. Una nueva planta está ante mí. No paran de enviarlas contra mí."
"13:39. Las plantas conspiran contra mí. Lo sé. Las oigo."
"13:40. Las plantas están tramando algo."
"13:41. Tengo una invitada. Viene de parte de las plantas, y quiere matarme."

Conforme avanzaba la escritura, se hacía patente la locura del que escribía, como caía en un abismo de demencia que le absorbía, alejándolo de la senda de la salud mental. La escritura se hacía más obsesiva y extravagante.

Dejó el diario en el suelo, y tomó la lámpara para explorar la habitación. Parecía que las plantas no habían reclamado esta sala como suya aún, y que le daban una tregua al loco que la habitaba. Se fue hacia el fondo, donde había una leve cortina de enredadera que caía desde una grieta del techo, además de un continuo repicar de gotas, que corrían hasta un agujero a su izquierda. Apartó las plantas, y vio una trampilla. Tiró de ella con fuerza, pero no pudo levantarla. Se percató de que tenía una cerradura con contraseña, así que se volvió hacia el diario y la grabadora, buscando la posible contraseña. Ojeó el diario, aunque algunas páginas estaban arrancadas al principio, sin encontrar ningún indicio del código. Escuchó la grabadora, sin éxito.

Esperó y pensó, sopesando distintas soluciones, hasta que decidió esperar a que el tipo despertara. Mientras dormía, lo ató al escritorio con unas lianas que encontró; no eran demasiado fuertes, pero tampoco parecía que el tipo pudiera deshacerlas. Salió de la sala, lámpara en mano, decidida a explorar lo que le quedaba de estación.

Caminó hacia debajo de su posición, al invernadero, suponiendo que allí habría empezado la invasión forestal. Mientras andaba, las caprichosas sombras no paraban de jugarle malas pasadas a su imaginación, que creaba inexistentes criaturas que le perseguían. Llegó a la puerta del invernadero, rajada por la mitad, y abierta por un lado. Ningún sistema automático podía abrirla, pero tampoco hacía falta.

Entró, quedándose sin aliento ante la monstruosa vegetación que ocupaba la cámara. Hasta el techo, no se veía nada más allá de las copas de los árboles. La lámpara apenas dejaba ver la totalidad de la sala, así que Tryf decidió dejarlo por imposible hasta que tuviera un mejor sistema de iluminación, y volvió al lugar de donde vino.

Atravesó el umbral que separaba la habitación del hombre y el pasillo central, y observó, no sin estupor, que las lianas estaban rotas, con un corte limpio, como de un cuchillo, a los pues del escritorio. Tryf sacó el puñal, lo sostuvo con la mano libre que le dejaba la lámpara, y se encaminó a la trampilla, que estaba abierta, lista y dispuesta para ser utilizada por ella.

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