martes, 26 de junio de 2012

Deus Ex Machina. Parte 18.

Un golpe en la cabeza dejó inconsciente a Tryf, despertando en el altar que estaba en el sótano.

-Antes no me creíste, pero ahora lo vas a ver con tus propios ojos.

La voz venía de algún lugar de la sala, pero la espía no podía girarse para buscar al emisor, pues estaba atada a la piedra. La voz, masculina, empezó a hablar, inconexamente, como si estuviera invocando a algo o rezando. Su cántico se fue haciendo más potente, lo cual permitió a Tryf reconocer en él al maníaco que le había perseguido. Forcejeó y se libró fácilmente de las ataduras, estaban bastante flojas. Se giró, buscando al loco, encontrándolo arrodillado, frente a lo que parecía un libro. Fue decidida hacia él, golpeándole en el pecho con la bota. Cayó hacia atrás hecho un ovillo, jadeando, y musitando como pudo:

-Es tarde. Tarde para ti y para mí. Ya vienen.

Y se desmayó. Tryf suspiró, buscando por segunda vez la salida. Llevaba caminados un par de metros, cuando se escuchó un susurro casi inaudible. Se paró, miró por encima del hombro al tipo, pero seguía en el suelo, tal y como lo había dejado. Negó con la cabeza, y volvió a andar. Esta vez el susurro fue más fuerte, y se paró en seco, desenfundando el puñal con la mano derecha, y el aturdidor, que no le había hecho falta, con la izquierda. El aturdidor era un pequeño objeto, del tamaño de su puño, que descargaba ondas zeta, dejando sin sentido al objetivo. Giraba sobre sí misma, lentamente, atenta al más mínimo movimiento, mientras caminaba hacia la trampilla. Los susurros se sucedían, cada vez más seguidos y más fuertes, de todas partes y de ninguna. Había llegado al pasillo, caminando de espaldas, tanteando con la mano del aturdidor la pared, mirando fijamente hacia el altar. Cayó de espaldas, tropezando con la escalera, quedando brevemente tumbada mirando al techo, y cuando volvió la vista al frente, vio unas sombras que se le acercaban. Estas sombras eran las que hablaban, y esta vez, mientras subía y cerraba la trampilla a su espalda, entendió claramente lo que decían:

"Él lo hizo. Tú serás la siguiente."

Estaba a salvo, lejos de las sombras y sus siniestras voces. Furiosa y confusa pateó la lámpara de combustible, mandándola contra la pared, reduciéndose a añicos. Salió de la sala, rodeando el escritorio, sin preocuparse por cerrar la trampilla. Volvió a dirigirse, sin darse cuenta, a la sala del cañón, donde el sol inundaba, sin la interferencia de la vegetación, la sala. Se desprendió del auricular, del puñal y de todos los artilugios que tenía, quedándose descalza, solo con el traje. Se apoyó contra el cristal, dándole la espalda a la estrella más cercana, y se durmió.

Las imágenes se agolpaban confusas en su mente, desde las sombras, hasta el petróleo de la lámpara derramándose por el suelo, mezclándose como la visión de un caleidoscopio. Cambió de repente, quedando en suspenso una imagen del cañón que estaba en esa misma habitación. El cañón estaba manchado de sangre, y despedía un rayo de luz hacia la estrella que iluminaba la estación, destruyéndola al instante. Una a una, iba fulminando las estrellas del firmamento, sumiendo de oscuridad el universo. Una vez acabó con la última, la imagen de Fhreklay se reflejaba en el horizonte, hasta donde la vista alcanzaba, con una risa macabra.

Despertó de repente, empapada en sudor frío, con el cañón apuntando, oxidado, al vacío, sin una gota de sangre. Se acercó, y lo tocó con la yema de los dedos. Un escalofrío le recorrió, pues tuvo un horrible presentimiento acerca de ese objeto.

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