lunes, 4 de junio de 2012

Deus Ex Machina. Parte 8.

Los clásicos de la ciencia ficción no andaban desencaminados en la tesitura que alcanzarían los gobernantes, oprimiendo con puño de hierro, haciendo oídos sordos a las súplicas de sus pueblos, cegados por su propio poder. El hombre era el mayor mal contra el que luchaba el ser humano, era el único que tenía la llave para condenar a la humanidad, o en otra instancia, para salvarla. Los que tienen esa llave se olvidan de que son dos las opciones, y sólo se quedan con la primera.

Hasta que un grupo de revolucionarios decidieron que había que cambiar eso, y lucharon contra el poder, acabando por derrotarlo, pero pagando un precio enorme. Abandonar su hogar. Tuvieron que huir a otro planeta, dejando atrás lo que fue su vida. El lugar que les vio nacer, pero que seguramente no les vería morir.

El hombre es el único que tropieza varias veces en la misma piedra, y volvieron los gobernantes y los gobernados, los opresores y los oprimidos. O al menos, se tenía en mente que volvería, de una forma que aterraba hasta al más valeroso...

-Tryf, tenemos un problema muy serio. Ahora estamos totalmente solas en esta maldita estación, y para más desgracia, nos persiguen.-susurraba Alexia, escondida junto a su compañera en la oscuridad de un pasillo sin transitar.

El polvo inundaba el aire, haciendo dificultosa la respiración. Los conductos de ventilación de esta zona parecían obstruidos, así que se tendrían que mover.

-¿Qué propones que hagamos, Alex? No podemos irnos sin cumplir la misión, ya oíste a Suirahaza. Tenemos un código.

Alexia se sentó en el suelo, notando como la capa de suciedad amortiguaba su movimiento, y empezó a pensar. Los impulsos eléctricos que movían sus pensamientos eran como descargas de luz, recorriendo a toda velocidad sus neuronas, iluminando su cerebro.

-Hay que volver al pabellón. Tengo una idea.

Se levantó del suelo, ayudada por su inseparable amiga, y fueron con cautela sorteando patrullas, callejones y cámaras de seguridad. Tenían suficientes trucos como para evadir todos los peligros y llegar hasta su objetivo, pero debían ser cuidadosas y no permitir que los nervios ni la ansiedad les jugara una mala pasada.

La atronadora voz de Fhreklay retumbó entre las paredes de la estación, con su tajante consigna:

"Las chicas han de ser capturadas. Vivas."

Esa impronta había sustituido a la de "La perfección es el camino a la salvación", aunque aún les taladraba la mente cuando el silencio invadía sus vidas.

Llegaron al pabellón, sin tener que recurrir a asesinar a ningún operario más, lo cual siempre era un alivio. No eran máquinas de matar, aunque estaban preparadas para serlo.

"Las chicas han de ser capturadas. VIVAS."

-Tryf, vamos a la última habitación, la que está limpia. Algo me dice que ahí puede estar nuestra solución.

Corrieron, dejando las huellas de sus botas marcadas en el suelo. La habitación les esperaba, como siempre, pulcro, sin nada fuera de lo normal. Alexia volvió a examinarla, buscando algo. Lo que fuera...hasta que lo encontró.

Encontró un botón, invisible a la vista, detrás de una de las patas de la cama, un leve bulto que podría ser confundido con una gota de pintura que secó antes de tiempo, pero era un accionador.

Alexia lo pulsó, y ante sus ojos se abrió una compuerta en la pared que quedaba enfrente de la cama, que descendía hacia las fauces de la oscuridad.

-Vamos.-dijo Tryf, cogiendo de la mano a su morena compañera.

"Las chicas han de ser capturadas. Vivas."

"Vivas" retumbaba en la mente de Alexia, rebotando en sus paredes. "Vivas".

-Vivas.-susurró Alexia.- Por supuesto que nos verás vivas.

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