sábado, 2 de junio de 2012

Deus Ex Machina. Parte 7.

"La perfección es el camino a la salvación".

Grabado a fuego en la mente de los operarios de la estación, esta impronta no abandonaba sus cerebros bajo ningún concepto. Les acompañaba allá donde fuera, en todos sus trabajos, obligándoles a entregarse en cuerpo y alma en lo que hacían.

Y este era el pensamiento que ocupaba la cabeza del individuo que informaba al jefe de la Avanzada del hallazgo:

-Señor, han desaparecido dos vigilantes.-informaba el joven Jagielka.

En la oscuridad perenne y casi absoluta de la esfera de mando, Fhreklay jugueteaba con la réplica a escala de la Tierra, haciéndola rebotar contra el suelo.

-¿Quienes, cómo, y por qué?-contestó, sin dejar que la noticia alterara lo más mínimo su voz.

-Brent y Asphyx. Dos de los últimos en llegar. Fueron a investigar una avería en el pabellón de artificieros y no volvieron. Les están buscando.-replicó el joven.

Fhreklay dejó caer la pelota, pero esta vez no la volvió a recoger. El corazón le dio un vuelco, y se estremeció en la silla.

-¡LUZ!-exclamó.

La sala se iluminó, dejando al descubierto el rostro demacrado del líder de la estación. Pálido, ojeroso y escuálido, sus ojos denotaban inteligencia y a la vez terror, ante la noticia que recibía:

-Que nadie se acerque a ese pabellón, hasta que yo diga lo contrario. Y es una orden.

Jagielka asintió. No entendía ese repentino cambio de humor, pero aceptó:

-A sus órdenes. Me retiro, señor.

Se marchó tan rápido como llegó, quedando Fhreklay solo, como casi siempre. Se llevó la mano a la frente, donde se le perlaban las primeras gotas de sudor. No había sentido miedo desde hacía años, y ahora sentía pánico. Todo lo que tenía entre manos se podía ir al garete, y ya sospechaba quienes podían ser las culpables.

Agarró el micrófono, y dijo a su lugarteniente, que le escuchaba tras la línea:

-Tráeme a las dos chicas nuevas, quiero hablar con ellas muy seriamente.

La entrenada mente del líder maquinaba a toda velocidad, uniendo cabos, miles de ellos, elucubrando posibles teorías, cada cual más descabellada que la anterior. Ordenó que retiraran la luz, quedando sumido en la oscuridad. La oscuridad que tanto le gustaba. La oscuridad que regalaba, de vez en cuando, a sus operarios.

A poca distancia de allí, el lugarteniente de Fhreklay, colgaba el teléfono y recogía el aturdidor, una pistola que disparaba impulsos bloqueadores a la víctima, dejándolas paralizadas. Marchó hacia el entrenamiento de los artificieros, donde las dos chicas esperaban, ajenas a lo que les iba a suceder.

Aunque el que era ajeno a lo que iba a suceder era Vitruvio, el lugarteniente, cuando, pistola en ristre, entró en la zona de explosivos, encontrándose todo vacío. Ni rastro de los alumnos ni de los instructores.

-Saluda a Satanás de mi parte.-oyó a sus espaldas.

Y lo último que sintió en su vida fue una aguja clavándose en su nuca, mientras una chica pelirroja le sonreía desde lo que para él supuso una distancia enorme.

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