jueves, 1 de marzo de 2012

Realidad paralela. Parte 4.

"Alumnos, hoy aprenderéis a sobrevivir en casos extremos, ya sea en caso de perderos, secuestro, etc..."

Nunca llegaron a terminar esa clase, una de las tuberías de energía reventó, y se tuvo que desalojar el edificio. Ahora le vendría bien aquella clase, lo que tenía ante sus ojos era algo que nunca había sentido.

Miedo, terror, incertidumbre...auténtico pavor. El Consejo era mucho más imponente de lo que nunca hubiera imaginado. Nunca le había impresionado tanto algo, ni siquiera cuando con tan solo 14 años tuvo que defender su tesis de estrategia militar ante los tres grandes almirantes de la Tierra. Aquello era distinto.

Mientras caminaba se fijó uno por uno en los integrantes, de izquierda a derecha:

La primera persona era una mujer de unos cuarenta años, de pelo moreno y piel clara. Tenía una media sonrisa en la cara y le miraba desde unos anteojos redondos. Parecía divertirse ante el simple hecho de que Dimitar temblase.

El segundo era un hombre de aspecto imponente, alto y con un rostro inescrutable. Irradiaba energía con solo mirarle. Tenía el pelo corto y de punta, de color blanco, como la nieve. Miraba fijamente al capitán mientras éste avanzaba.

En el centro estaba un anciano, calvo y con unas extrañas gafas. Estaban como pegadas a la piel y tenía algunos botones por los lados. Sonreía y se mostraba benévolo ante el cautivo.

A su izquierda estaba el más joven de los cinco. Miraba distraído unos apuntes que tenía delante y repiqueteaba con el dedo en la mesa, como siguiendo el ritmo de una música ausente. Tenía el pelo más largo que el segundo hombre, de color cobrizo.

Y por último otra mujer, de media melena rubia y mirada pícara, examinó a Dimitar de arriba a abajo mientras este caminaba hacia la silla que después usaría. Se echó hacia delante para verle mejor y se apoyó sobre sus brazos.

Dimitar llegó a la silla, y aguardó erguido junto a ella, esperando que le hablasen.

-Siéntate por favor, estás en tu casa. -sonrió el anciano del centro. -Permítenos presentarnos. Yo soy Dalvonius, líder del Consejo.
-V. Ministra de la vida. -dijo la primera mujer.
-Fhreklay, Ministro de riqueza. -escupió el segundo hombre, deseoso de no tener que volver a hablar. Parecía que no le gustaban ese tipo de reuniones.
-¿Yo? -preguntó el joven.-Ah, yo soy Maldaghar, Ministro de hiperespacio. ¿Qué tal?
-Luego hablaréis lo que tengáis que hablar.-cortó la última mujer, dejándose caer sobre el respaldo de la silla.-Suirahaza, Ministra de guerra.
-Dimitar Zhukov, ha sido traído ante el consejo porque usted ha destacado en todos los campos de su trabajo, y queríamos salvarle del destino que habían preparado para usted.

Dimitar, sentado en la silla, no entendió de que hablaba el anciano, pero siguió callado. Temía que si preguntaba algo, echase algo más que palabras por su boca.

-Veo que por su cara de estupor no entiende de que hablamos, señor Zhukov.-dijo la primera mujer, V.-Se lo explicaremos tranquilamente, no hay prisa.
-Le trajimos aquí para que tuviera mejor suerte que sus excompañeros de la nave Mnemósine.-Continuó el anciano.
-¿Excompañeros?-preguntó como pudo Dimitar.
-Sí, murieron todos. Usted se libró por poco, si no llegamos a actuar de inmediato.-Sentenció Maldaghar.

"¿Muertos, de que hablan?"-pensó Dimitar. La cabeza le bullía, y sentía como un mareo atroz le consumía...

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