viernes, 13 de enero de 2012

Lluvia de metal. Parte 3.

...veo que no te contaron la tragedia del Hiperión, Dimitar. -dijo Yuri sentándose en el comedor del aeropuerto.
-¿La nave desaparecida en combate?
-Eso dicen los informes, sí. Pero la comunidad de científicos no está tan segura de que desapareciera sin más. Es más, no se tiene constancia de ningún tipo de combate ese día.
Dimitar arrugó la frente, y se quitó la chaqueta de Teniente.
-¿Qué tiene que ver esto con McThown, Yuri?
-McThown era el astrónomo a bordo de la nave, pero no fue por una supuesta indisposición, y mandó a un subalterno suyo, un tal...Stevenson. Nada se ha sabido de esa nave, ni de Stevenson, claro.
-¿Porqué no se investigó esto?-preguntó inquieto Dimitar.
-Porque se atribuyó como otra pérdida en el campo de batalla, pero quedan cabos sin atar. Ten cuidado Dimitar, McThown puede tramar algo.
-Gracias Yuri.

Dimitar se levantó, se despidió de Yuri con un apretón de mano, y puso rumbo al observatorio más cercano, el de Poniente en este caso. Mientras caminaba, sentía una opresión en el pecho, era demasiada información, y nada halagüeña. McThown, Stevenson, el nuevo astrónomo a su cargo... no se podía fiar de nadie, parecía ser.

El mirador era una sala esférica, al borde del subsuelo, donde se podía observar, a través de numerosos filtros anti-radiación, el cielo, o lo que se llamaba cielo en su día. Ahora era una mancha verdosa, donde no era difícil ver caer trozos de algún satélite o nave obsoleta, que algún día quedó a la deriva. En efecto, como pensó mientras iba al hangar, estaba lloviendo ácido, aunque de poco importaba, pues las estructuras que en su momento fueron enormes edificios, de megalópolis inmensas, ahora eran poco más que oxidados hierros a la merced de los agentes químicos.

Le preocupaba especialmente la actitud de McThown durante su breve encuentro, sin parar de mirar a Van Aark. Claro estaba que ocultaba algo, pero eso era algo muy común en los tiempos que corrían. Nadie se fiaba de nadie, solo de sus seres queridos...el que los tenía, claro. La guerra había costado la vida a mas de 4.000 millones de personas, y de los supervivientes, la mayoría había huído del planeta, a un lugar mejor. A veces se preguntaba si esa no era la mejor solución, huir de este planeta frío e inhóspito.

Pero eso sería la opción menos difícil y honorable, dejarlo todo. Su deber, como militar y habitante de la Tierra, era defenderla.

Zhukov se quedó hasta que empezó a anochecer, y antes de marchar, vió como otro satélite caía a lo lejos, envuelto en llamas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario