lunes, 2 de julio de 2012

Jaula de cristal. Parte 1.


Arcadia Hardin había subido meteóricamente en la escala jerárquica de la seguridad planetaria, bien por sus grandes acciones o bien por sus antecesores en el cargo, todos familiares. Sus grandes acciones eran, a los ojos de los jefes, lo que le diferenciaba del resto de tenientes. Arcadia no tenía reparo, ni le temblaba la mano al ejecutar cualquier orden. No hacía preguntas, solo cumplía con eficacia, como un bisturí seccionaba la piel, con precisión y frialdad. Si alguna vez tuvo sentimientos, nunca lo había demostrado. Su rostro, por lo general totalmente tranquilo, sin la más mínima mueca o gesto, que denotara algún estado de ánimo, de vez en cuando dejaba entrever una media sonrisa de desprecio ante sus jefes, unos parásitos acomodados, que solo chupaban la sangre del gobierno, lleno de ratas inmundas. O eso era lo que pensaba la teniente Hardin.

Era tal su ansia de poder, que había dejado de lado su noviazgo, con un alto cargo militar, solo porque le quitaba tiempo en su entrenamiento o en sus misiones. Le dejó plantado en el altar, y marchó a Myrias, el planeta vecino, en busca de unos contrabandistas de mercancía nuclear robada. Obvia decir que los detuvo, torturó y obtuvo todo lo que quiso. Pero eso es algo que se presupondrá a partir de ahora, Arcadia siempre gana.

Ahora estaba sentada en la nave, de vuelta a Debulón V, su planeta natal, acompañada de las dos prisioneras que habían hecho en la estación. Las dos chicas habían sido dormidas y esposadas, a espera del juicio que tendrían más adelante. Arcadia resopló, miró su reloj, el cual cambiaba automáticamente a pesar de los saltos hiperespaciales, gracias a un complejo sistema de recopilación de coordenadas de estrellas, que le permitían hacer una triangulación de su posición. Se levantó, y sin excusarse ante nadie, se marchó a su camarote, a repasar algunas notas que había obtenido investigando las vidas de las detenidas. Una era hija de grandes cargos en el planeta del que venían, el cual no encontraba el nombre, pero la otra era la que le suscitaba mayor temor y fascinación. Tryf se llamaba. Parecía haber surgido de la nada, adoptada por un mercader, sin ninguna referencia a sus padres biológicos, y eso era algo que la perturbaba, pues en estos tiempos nada solía escapar al control gubernamental. Cuando despertaran, tendría una charla con ellas, antes de que los peces gordos les pusieran las zarpas encima durante el juicio.

Llamaron a la puerta, abriéndose accionada por el pie de Arcadia, pulsando un botón en la pared.

-Teniente Hardin, una de las prisioneras ha despertado, y solicita audiencia con usted.

Cerró el libro de notas, mientras levantaba la mano haciendo un gesto para que se marchase. Recogió el taladro neuronal, por si necesitaba usarlo.

La chica estaba sentada, con la mirada fija en la pared, el traje lleno de hollín, desgarrado en algunas partes. El pelo negro le caía sobre los hombros, y cuando algún mechón le cruzaba el rostro, tenía que soplar para quitárselo, pues tenía las manos atadas. Dirigió una mirada gélida a su captora, que entró sin más compañía que su ego, que parecía inundar la habitación.

-Alexia Zhukov Guderian, artificiera. No tienes pinta de artificiera. -recalcó la teniente.

Dejó sobre la mesa el taladro, pues suponía que la chica que tenía frente a ella no lo reconocería, y apoyó la cabeza en su mano izquierda, tamborileando con la derecha la mesa metálica.

-¿Qué hago aquí? -preguntó Alexia.

Arcadia sonrió, mostrando una hilera de dientes blanquísimos.

-Las preguntas las hago yo. Empecemos por ahí. Pero te contestaré, hoy estoy de buen humor, ¿sabes por qué?

Alexia no hizo el menor gesto, simplemente la siguió mirando con fijeza.

-Huelo el ascenso. Inspectora. Suena bien, ¿eh? Inspectora Arcadia Hardin. Se iban a acabar muchas tonterías, desde luego. Bien, te contestaré. Tu amiga y tú habéis matado a un alto cargo debuloniano, de misión importantísima en la pútrida estación esa. Y debéis pagar por ello.

Un leve gesto se le escapó a Alexia, enarcando una ceja, mostrando una leve sorpresa ante la palabra “debuloniano”.

“Parece que no teníamos razón, no estaba loco. Fhreklay simplemente era un traidor.”

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