sábado, 14 de julio de 2012

Jaula de Cristal. Parte 3.

Hardin recapacitó, guardó el taladro neuronal, y se marchó a su camarote, no sin antes dedicarle la mejor de sus sonrisas a su sustituto al mando. Le hizo una enorme reverencia, llena de burla y resentimiento, y se esfumó. Era la primera vez que un superior le recriminaba o reprochaba uno de sus actos, y le invadió la furia. Golpeó con la bota la pared que tenía a su alcance, dentro de su habitación, dejando un eco metálico en el ambiente. Recordó lo que le enseñaron en la academia, sobre la ética y el código moral.

"Ética... el sinónimo de la debilidad." pensó. Su ética era la victoria, su abrumadora ansia de poder y sumisión de los demás hacia ella. Ese era su código moral. Nunca le había temblado lo más mínimo la mando al ejecutar nada, y no sería ahora cuando empezara a ello. La debilidad era una enfermedad, y había que erradicarla. Pero no debía precipitarse, Arcadia era inteligente, tan inteligente como el gran genio diabólico en el que se estaba convirtiendo, aunque eso es lo de menos. Ahora sería juzgada en un tribunal de guerra, por salirse de los límites impuestos por los patanes que dominaban Debulon, y que no eran capaces de atarse los zapatos si no era por medio de ayudantes. Los mismos patanes que la habían mandado a detener a dos chicas que su máximo peligro era el de molestar a un lunático con delirios de grandeza como Fhreklay. Ese juicio no la hacía temer su cargo, pues había trabajado muy bien para sus jefes, y no estarían dispuestos a prescindir de ella, pero podrían destinarla a un lugar perdido de la mano de dios, en medio de la más absoluta nada, a controlar alguna extracción minera o dirigir a exploradores inútiles. Algo inconcebible para su privilegiada mente. Y esta era su decisión.

Se levantó de un salto y escuchó a través de la puerta corredera. Obviamente habría un guardia impidiendo que saliese sin permiso, pero aunque estuviera fuera del mando, seguía teniendo ciertas libertades dentro de la nave. Como podría ser ir al baño.

-Eh, aparta, tengo que hacer mis necesidades. -le espetó al salir por la puerta, sin dirigirle la mirada.

El guardia, que era el joven Ngarnek, un muchacho debilucho y fácilmente manipulable, asintió, bajando el rifle de protones y apartándose de su camino. Arcadia eludió su vista rápidamente y volvió al puesto de control, donde el usurpador estaba en su silla, ante sus mandos, en su sitio. El piloto, Azmaev, miraba los radares y velocímetros, controlando que nada saliese de su rumbo. Y parecía que los demás tenían el día libre, pues no había nadie más en la sala.

"Craso error Norilsk, inservible palurdo." sonrió la teniente.

Norilsk miraba a través de la ventana deflectora el universo que se abría ante ellos, impasible e infinito, sin cerciorarse del peligro que venía tras él. Fue rápido, pero dolorosísimo. El taladro actuaba rápido, y era tal el umbral de dolor, que no te permitía siquiera gritar, solo perder el conocimiento y a veces la vida. No fue este el caso, pues Norilsk estaba a sus pies, pero vivo. En otro alarde de desprecio hacia la raza humana, se sentó en su silla y apoyó los pies en la espalda del inconsciente.

-Azmaev, rumbo a Debulon III. No me apetece ahora mismo que me enjuicien.

El piloto se sobresaltó, ajeno a lo que había pasado a su lado, y se dispuso a protestar, cuando vio el artefacto de tortura en manos de Arcadia, y conocía lo suficiente de ella como para saber que no dudaría en usarlo contra su persona.

-A sus órdenes, teniente.

Arcadia sonrió, pues ella siempre ganaba.

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