jueves, 2 de febrero de 2012

Lluvia de metal. Parte 10.

O mejor dicho, lo que no encontró. No estaba ninguno de sus tres compañeros, solo el rifle de alguno de ellos en el suelo. Notaba como la ansiedad le oprimía el pecho, y se apoyó en la pared para relajarse. El corazón se le iba a salir de la caja torácica, las sienes le iban a estallar, así que se quitó la visera de visión nocturna y la apoyó en el suelo. Se sentó, intentando aclarar sus ideas, cuando se le ocurrió que debía avisar a la nave.

-Aquí el Capitán. Collins, Roberts y Strauss han desaparecido. Repito, Collins, Roberts y Strauss han desaparecido. Cambio.

Aguardó la respuesta, pero no llegaba. Repitió otras dos veces, pero no obtuvo respuesta. Se quitó el auricular, y comprobó si funcionaba. Para ello comprobó el desmodulador de alta frecuencia que viene conectado a la parte trasera del mismo. Efectivamente, funcionaba perfectamente. O al menos eso indicaba el medidor.

Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. El miedo le agarrotaba, la ignorancia del paradero de sus compañeros y de la nave le producían terror. Así que tomó lo que él creía que era la mejor decisión. Se colocó de nuevo el auricular, cargó el arma, y se dirigió a la sala de comunicaciones de la Hiperión. Con un poco de suerte, ya que había comprobado que los medidores de energía eran normales, podría intentar comunicarse con la Mnemósine. Si no era posible contactar con ellos, buscaría en otras frecuencias las estaciones espaciales de la Tierra, así pediría ayuda.

Se colocó la visión nocturna, respiró hondo y marchó con paso rápido, sin molestarse en ser sigiloso. Tenía urgencia por llegar a la sala de comunicaciones.

Pasó por la zona de carga, donde tuvo que taparse la nariz por el irresistible hedor que desprendían los cadáveres putrefactos. El hueco que había dejado el cuerpo que se llevaron a la nave, resaltaba entre el suelo lleno de polvo. Mientras sorteaba cuerpos, se fijó en algo que no había observado antes. No encontraba al capitán de la nave. Se volvió, y empezó a buscar el uniforme negro del capitán. La escala de colores en cuanto al rango era simple, cuanto más oscuro, más rango. Los soldados rasos iban de azul cielo, escalando en azules hasta el negro. La rama de ingenieros, médicos y enfermeros usaban ropa morada, para diferenciarla del resto. El color blanco se reservaba para civiles, aunque no era el caso en esta situación. Solo veía cuerpos enfundados de azul, y alguno morado, pero no negro.

Algo más que perturbaría su mente mientras iba a la sala de comunicaciones. Volvió a encaminarse, solo le quedaba la esperanza de que la radio funcionase.

Llegó a la sala de comunicaciones e intentó encender la radio. No funcionaba. Se derrumbó en una silla, sintiéndose impotente. Solo tenía ganas de huir de aquella nave, y volver a casa.

En ese momento tuvo un rayo de luz en sus pensamientos. Los generadores de energía estarían apagados, y tendría que encenderlos para comprobar si efectivamente la radio funcionaba, aunque eso es algo que nunca sabría.

Un golpe en la nuca le dejó inconsciente.


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